Publicado por ABC el 25 de enero de 2012.
En algún momento de nuestra vida todos nos hemos extrañado del precio alcanzado por algunos cuadros que no solo somos incapaces de interpretar, sino que consideramos feos de solemnidad.
Hay quien piensa que el arte se ha convertido en un negocio en el que lo que importa no es el talento, sino la capacidad de algunos marchantes para especular.
El novelista y editor estadounidense Paul Jordan-Samith lo demostró en
En este terreno abonado para los especuladores, crítico con las nuevas vanguardias Paul Jordan-Smithharto y harto de que despreciasen como anticuados cuadros de su esposa, desarrolló un plan para poner en evidencia los nuevos -valores- del arte, tratando de pintar y vender el cuadro más absurdo que se le pudiese ocurrir.
"Exaltación" |
A pesar de que nunca había cogido un pincel, en apenas 20 minutos consiguió completar su primera "obra de arte". El cuadro, titulado "Exaltación", representa una aborigen con cara de gorila y de alguna remota cultura isleña agitando un plátano sobre su cabeza. En realidad quiso dibujar una estrella de mar pero no fue capaz de representarla. Tras pintar el cuadro, Jordan-Smith se inventó a su autor, el tuberculoso artista ruso Pavel Jerdanowitch, fundador del movimiento de vanguardia desombracionismo -bautizado así porque se vio incapaz de pintar sombras-, Convertido en el falso representante del ficticio pintor, introdujo su obra en los círculos artísticos de Nueva York, llegando a exponerla en la célebre galería Waldorf Astoria, a finales de 1925.
Esta exposición atrajo la atención de la crítica y ofertas de distintas galerías para que el extravagante artista presentase una nueva obra. El engaño se alargó durante todo el año 1926. Después de que las obras de Jerdanowitch fueran seleccionadas para ser incluidas en "El Libro de Oro del Arte Moderno", Jordan-Smith desveló el engaño en Los Angeles Times.
Lo peor de todo es que, lejos de admitir la corrupción imperante en su negocio, los críticos afirmaron que el profesor Jordan-Smith había triunfado gracias a su "talento y ciertas dotes artísticas". Incluso recibió varias ofertas para seguir pintando.
Más o menos contemporáneo suyo fue Bruno Hat, estrafalario sujeto que pintaba en la trastienda del comercio que regentaba su madre, en plena campiña inglesa, y que a menudo aprovechaba como soporte las alfombrillas del baño que se vendían en la tienda. Detrás de él se aguantaban la risa el escritor Evelyn Waugh y sus brillantes amigos.
La casa Sotheby´s acoge hoy en Londres la primera subasta de la obra de Nat Tate, un pintor neoyorquino que, como dice el catálogo, "ha alcanzado un estatus legendario". Según su biografía oficial, Tate se suicidó en 1960, arrojándose al Hudson desde el ferry de Staten Island, y su cuerpo jamás se recuperó. Tenía 31 años. También su arte estuvo a punto de perderse en las profundidades del olvido, pero lo rescató un libro publicado a finales de los 90 que reavivó el interés por su figura y sus cuadreos, además de desvelar detalles sobre su relación con artistas de más talento o mejor suerte, como Picasso y Braqe. Sonfiesen, ¿nunca habían oído hablar de Nat Tate? Cuando se editó aquel volumen que lo reivindicaba, el mundo entero del arte se encontraba exactamente en esa misma situación: nadie lo conocía de nada, pero prefirieron disimular y hacerse los entendidos, y mordieron así el anzuelo de una de las bromas más conseguidas de la historia de la cultura. Tate, el artista borracho que pintaba puentes, nunca existió.
Todo fue una creación del escritor británico William Boyd, que firmaba aquel libro de severo título: "Nat Tate: un artista americano". En él se dedicaba a repasar los recovecos de una biografía que, más o menos, todo amante del arte debería conocer, como se insinuaba claramente en algunos pasajes. Boyd relataba, por ejemplo, su propia visita a una galería de la calle 57, donde contemplaba sin demasiado interés bocetos de Warhol o Twombly, pero se quedaba impresionado por el dibujo del puente: "No necesitaba leer la etiqueta impresa para saber que era de Nat Tate", concluía el muy puñetero. En la obra se recogían supuestas declaraciones de Peggy Guggenheim -"era un gran amante", habría dicho la coleccionista, ya fallecida por aquel entonces- y se reproducían obras de Tate, pintadas por el propio novelista. La repercusión del artista, cuyo nombre resultaba de combinar dos galerías londinenses, la National y la Tate, culminó con una presentación por todo lo alto en su ciudad, Nueva York. Se celebró en el estudio de Jeff Koons, donde se reunión "quien es quien" de la intelectualidad local, incluidos ilustres como Paul Auster, Julian Schnabel, o bueno, Brad Pitt.
El cantante David Bowie, editor del libro y cómplice del escritor, leyó para los asistentes un extracto de la biografía. Ël mismo poseía, según explicó, un pequeño óleo de Tate que había comprado a finales de los 60. "La gente es como es y no quiere parecer ignorante ni desinformada: muchos hablaban abiertamente sobre Nat Tate, recordando con afecto aspectos de su vida y exposiciones a las que habían asistido, o reflexionando sobre su triste muerte prematura", recordaba William Boyd el domingo pasado en las páginas de The Guardian. La única persona a la que todo le sonó muy raro fue un periodista británico, David Lister, que fue preguntando a algunos críticos presentes en el acto si Nat Tate era conocido: "Menearon la cabeza con aire sabio y murmuraron: `No demasiado buen conocido.... no mucho... no tenía mucho nombre fuera de Nueva York... ya sabes, con los expresionistas abstractos, había un montón de seguidores...`". Al día siguiente, Lister se acercó a la calle 57 de la galería mencionada en el libro, pero también era pura ficción. Él fue quien descubrió el engaño al mundo, aunque algunas víctimas ni siquiera se inmutaron: "Bueno, existen tantos artistas reales malos que prefiero oír hablar de uno bueno que no existió", reaccionó, impertérrito, uno de los embromados.
"Puente nº 114" |
En los 40, causó revuelo en Estados Unidos otro artista misterioso, Naromji, que incluía en sus obras recortes de revista, tiza y esmalte de uñas. "Me senté y pensé qué era lo peor que podía hacer", explicaría después el verdadero autor, Jim Moran, un publicista recordado en el negocio por haber vendido un frigorífico a un esquimal de Alaska.
Obra de Peter |